
Vista de Málaga desde Gibralfaro. Mediados del s. XIX. Mosaico.
La plaza de la Marina tomará cuerpo siglos más tarde de empezar a ser utilizada y frecuentada, en el limitado llano de tierra firme, que había fuera del tramo sur de la muralla musulmana.
Allá por el siglo XI ubicaba uno de los mercadillos que la ciudad tenía en los espacios abiertos, al abrigo de sus muros. Los enseres que en ella se exhibían estaban relacionados con el tráfico portuario, convirtiéndose en un lugar solitario al caer la noche. Ya antes de que llegaran los árabes en el siglo VIII, los diferentes pueblos que se asentaron en Málaga: fenicios, cartagineses, romanos y bizantinos también comerciaron en su explanada, siendo de siempre un lugar de paso para personas y productos con los que avituallar los barcos y las alhóndigas.
Los terrenos que ocupaba lo que con el tiempo sería nuestra plaza, estaban entre aguas. En el poniente la playa y en el levante el puerto que llegaba entonces hasta las murallas de la ciudad. Los restos de un almacén fortificado, el Castillo de Genoveses, perteneciente a una próspera colonia de comerciantes que se mantuvo activa durante y después del periodo islámico, fueron encontrados y actualmente se exponen en los aparcamientos públicos de la plaza de La Marina, casi enfrente del edificio de la antigua Diputación Provincial de Málaga.
Ya en la época cristiana sabemos, por la descripción de Pedro Teixeira , cartógrafo portugués, que llegó a ser Cosmógrafo Real y elaboró para el rey Felipe IV el Atlas del Rey Planeta, que nuestra ciudad en 1625, era más comercial que marinera. El calado de su puerto requería limpiar sus fondos para poder dar salida a productos agrícolas y manufacturados en los barcos que operaban desde su muelle. Nuestra plaza no tuvo durante siglos la suerte de la isla de Arriarán, de ser nombrada en los archivos históricos y literarios. Hasta el siglo XIX es una explanada destartalada, llena de cachivaches y aparejos por la que pululaban pícaros y marginados junto a hombres de bien, cosidos a impuestos, que no conseguían levantar cabeza. No está documentado pero es probable que el Licenciado Vidrieras, Tomás Rodaja, protagonista de una de las Novelas Ejemplares de Cervantes, deambulara por el lugar antes de tomar las de Villa Diego, por el camino de Antequera.
Los tiempos que corrían dieron a nuestra futura plaza espacio sobre el que manifestar su presencia. Felipe IV del que ácidamente decía el escritor Francisco de Quevedo que era como los agujeros, «más grande cuanta más tierra le quitan» viene a ser la antípoda de nuestra plaza, ya que esta se va haciendo más grande cuantos más agujeros se rellenan. Málaga sufrió las consecuencias de la corrupción general de la época. Nuestro puerto en los siglos XVII y XVIII seguía siendo objeto de deseo para muchas naciones a las que les habíamos entregado los cuartos pero no la propiedad. Hubo alternancia entre periodos de prosperidad y de inestabilidad y se sucedieron varias epidemias, algunas de las cuales vinieron por mar y entraron por el terreno de la plaza que nos ocupa. Se reforzaron los enclaves militares y portuarios para defender el comercio en un periodo en que el Imperio, hacía aguas por todas partes. El rey Felipe V, el primero de la casa de los Borbones, se tomó muy en serio la ampliación del puerto que había planteado el rey Felipe IV, el penúltimo de la dinastía de los Austrias.
El contorno de nuestra futura plaza fue transformando su fisonomía poco a poco, debido a que la muralla musulmana del siglo XI que rodeaba la ciudad y que se mantuvo en buen estado hasta el siglo XV, era ya prácticamente una ruina en el incipiente siglo XVIII. La zona portuaria había ganado terreno al mar al colmatarse su antiguo emplazamiento por el continuo arrastre de sedimentos del río Guadalmedina y la confluencia de las corrientes marinas en su bahía. Los proyectos de reestructuración del puerto coincidieron con la liberación del comercio con América y la necesidad de controlar militarmente a Inglaterra y acercarnos al norte de África.
La plaza de La Marina, como tal, se traza a finales del siglo XIX en el espacio que queda delante del conglomerado triangular de casas, fondas y oficinas comerciales construidas sobre los restos de la muralla de la época musulmana. Coincidiendo con la construcción de la calle Larios se instala, para adornar su explanada a principios del siglo XX, la fuente de las Tres Gracias. El ingeniero José María Sancha propuso la compra de la fuente al Ayuntamiento en 1879, para instalarla en lo que hoy es la plaza de la Constitución. El diseño de la fuente es obra del escultor francés Vasque, su material es hierro fundido en los talleres de A. Durenne, en Sommevoire (Francia). En 1914 se reubicaría en la glorieta del Hospital Noble, al final del Parque La fuente ornamental de inspiración clásica muestra a tres ninfas que sostienen aperos de labranza, un remo y el cuerno de la abundancia, como alegoría a la fertilidad y bondad del agua. La plaza se adoquinó para facilitar el tráfico de personas y carros.
En las fotos de la plaza, de los años comprendidos entre 1914 y 1926, no he podido identificar si hubo algún otro monumento en el lugar de la fuente cuando está se desplazó a su enclave actual. El objetivo del fotógrafo resalta el amplio espacio iluminado con farolas por donde empiezan a transitar automóviles hacia un parque (esta vez de árboles) que crece sin parar. Tal vez en estos momentos los monumentos de la plaza fueran: los automóviles, la luz eléctrica y un arbolado reciente donde hasta hacía poco solo llegaban las aguas del mar.
Posteriormente, en 1926, se instala en su explanada el monumento al Comandante Benítez y los Héroes de Igueriben, que se había sufragado con dinero de los que habitaban la ciudad, y que más tarde ocuparía otros espacios en la misma plaza hasta su emplazamiento definitivo en el Parque y del que hablaré en el cuarto recorrido del Callejero Ilustrado. Esta vez el basamento y la figura se encuentran sobre una superficie cuadrada y en muchas fotos antiguas es difícil distinguirla de la del II Marqués de Larios que se encontraba en otra plaza cercana, a la altura de la calle Larios, como benefactor que fue de su proyecto y construcción, aunque en este caso la superficie ajardinada que sirve de base al monumento es circular.
Continuará…
Próxima entrada del Callejero ilustrado sobre la plaza de la Marina: nuestra plaza se hace grande (IV)