
Tres años de ausencia
Esta noche no he podido pegar ojo.
Sin ti, pienso en ti. Presente en mi vida compartiamos complicidad. Ahora, diariamente, añoro tu recuerdo.
Pessoa escribía: «morir es solo no ser visto», y yo he estado esperando verte aparecer.
Recuerdo que cuando tenía seis años…

Este microrrelato fue leído en el programa «Gente de letras » Onda Cádiz. Julio 2021
Me costaba trabajo dormir y esperaba impaciente a que llegara la mañana para poder corretear por la placeta y sentarme bajo el nogal.
El verano se hacía eterno de tardes calurosas en las que las chicharras no dejaban de cantar, invadiendo los lugares donde sestear mientras jugaba con las sombras de la ventana obligatoriamente entornada. A esas horas prefería hacer tiestos de barro para mi casita de muñecas o refugiarme bajo el chamizo donde se secaban los higos.
Pasadas las dos horas reglamentarias para hacer la digestión, podía bañarme en el estanque que sombreaban los álamos y reflejaban formas caleidoscópicas bajo la superficie del agua. El cielo era azul y mi verano seguía siendo eterno.
Mi mano removía el agua dócil y huidiza cuando me sentaba en el primer escalón de la balsa y notaba que un escalofrío recorría mi cuerpo. El paso siguiente era armarme de valor para bajar un escalón más y al zambullirme en el agua notar como el pelo se adhería a mi cara al sacar la cabeza, abrir los ojos y tratar de respirar, todo a la vez.
Chapoteaba y me hacía la muerta satisfecha de mantener el agua a raya hasta que el olor del bocadillo lo hacía deseable y salir a jugar corriendo se hacía mi mayor urgencia.
Me sigue dando rabia que se acaben los días, que las chicharras canten pero los grillos terminen por hacerse notar.
Es bueno contar penas pasadas

Las de ahora me cierran la boca de estómago, están aún por digerir. Son inenarrables, inciertas y neblinosas. Representantes de un estado de ánimo que pesa, a ratos, más que un muerto, aunque solo a ratos.
Dije lo que dije pero sobre todo fue cómo lo dije. Sin venir a cuento, sin que se esperara. Lo dije porque sí.
Cayó como una losa. Fue cómo un mazazo que cortocircuitó el vis a vis. Jodió el invento. No quedó nada que decir.
No me lo perdonaré nunca.
Bueno, ¡otra vez será!
La muerte

Morirse no tiene vuelta atrás. Aquí se queda todo. Un muerto ni siente ni padece. Es el deudo el que sufre la pérdida, el que necesita pensar que no se ha ido del todo, que con su recuerdo lo mantiene vivo; como si no se hubiera muerto.
Y es que la muerte es la Nada y los que vivimos necesitamos llenar ese enorme vacío para no sentirnos solos.
Ocupar nuestras vidas

La amistad es exigente con uno mismo. Nos obliga a replantearnos tiempos y modos.
Si decides solo contigo mismo, el día da para mucho; en caso contrario te esperan dudas y aplazamientos que te haran pensar que tal vez no haya sido una buena idea buscar la ocasión para estar con el otro.
La amistad tiene un precio pero se paga con gusto por la cercanía y reconocimiento que la impregna. No todo estará en sintonía. Iremos al encuentro con más o menos cuerpo. Habrá roces y divergencias pero persistirá en tu recuerdo la intención de volver a veros.
Amigos, conocidos y saludados es una reflexión que hizo Josep Pla sobre el tema que nos ocupa. Es posible que me estés leyendo y nos conozcamos o al menos nos hayamos saludado alguna vez pero recuerda que si eres mi amigo siempre podrás leer este microrrelato más tarde. Ahora podemos quedar y estar juntos un rato.
Un pirulí

El pirulí rojo con forma de corazón es mi preferido. Los que asemejan paraguas, casi siempre de colores imprecisos, suelo rechazarlos. Me dicen que lo importante es el sabor del caramelo pero yo asocio el tipo corazón con el gusto por la vida.
Abrir el corazón significa mostrarse, expresar lo que uno siente, sin embargo abrir el paraguas implica refugiarse sobre uno mismo, protegerse de la que está cayendo, cubrir el cuerpo de la humedad que puede llegar a traspasar la fina piel.
Saborear mis elegidos con un deleite acompasado mientras juego con el palito del pirulí, me recuerda el latir del corazón y me ayuda a reconocer que sigo viva y coleando.